miércoles, 5 de junio de 2019

CRÓNICA DEL ULTRA TRAIL BOSQUES DEL SUR 2018

Cerca de la medianoche, en la plaza de la Constitución de Cazorla, nos reúnen a todos los participantes del Ultra Trail Bosques del Sur. La jaula – en realidad delimitada por una cinta de balizamiento- se antoja pequeña para el número de corredores que nos congregamos allí. La hora se echa encima y los pertinentes controles de material deben dejar paso a una mera comprobación de dorsales.
Llegada la medianoche, el sábado comienza con el arranque de la carrera. El grupo se estira rápido, como siempre, mientras que salgo trotando a ver qué deparaba la salida en Cazorla. La primera sorpresa fue ver cómo estaba preparada la Plaza de las Ruinas de Santa María para animar a los corredores, jalonamiento pirotécnico incluido.
Primer contacto con la senda de subida al Gilillo y primer embotellamiento, si bien es cierto que no duraría mucho porque luego continuamos el ascenso por una pista más ancha. Esto permite que, más o menos, cada uno vaya cogiendo su ritmo. En este caso, el mío no era el que podría prever antes de la carrera, pero si esperar después de la cena con croquetones incluidos. Y, claro, aún no estaban asentados en su sitio. Así que regulando intensidad en el esfuerzo para que no se viniera la comida a la boca, y sabiendo también que no dejaba de ser aporte calórico, fui mentalizándome de que esa sensación de relleno pasaría con el avance de la carrera.
Las balizas llevan en un ascenso casi continuo – salvo algún breve descanso – hacia el Gilillo. El terreno no es técnico, incluso ancho en algunos tramos, pero ya advierte de lo que va a ser buena parte de la carrera: y es que la piedra aflora en casi cualquier lugar donde pisas. Me recuerda en cierta forma a Ademuz, y lejos de la mayoría de los muy transitados caminos en la sierra de Madrid.
A media subida cruzamos una carretera y una zona recreativa cercana a la Ermita de Monte Sión donde un grupo de personas nos anima a nuestro paso. La segunda parte de la subida se encara por una senda más estrecha y con un terreno irregular. Aún no se me ha quitado del todo la plenitud del estómago y aunque voy en la hilera de corredores, se empieza a hacer un poco larga la subida. Es lo que tiene no conocer el trazado. La mente siempre avanza más rápido que las piernas. Además, prefiero no mirar el reloj hasta coronar, así el balance de cómo se presenta la carrera lo puedo hacer en el avituallamiento del que aún me quedarán unos minutos para llegar.

Km. 9 Gilillo 01:41:33

Un cuartito de hora menos de lo previsto. Eso siempre anima a afrontar el siguiente tramo.
La parada es rápida, recarga de líquido y poco más. Aún esta la cena lo suficientemente reciente como para no haber hecho hambre. El seguimiento de la baliza indica que adelanté a medio centenar de corredores colocándome algo por detrás de la mitad.
Comienza la bajada sin ser técnica hacia el río Guadalquivir, un tramo donde las piernas agradecen el descanso. Se salva el río Guadalquivir por un pequeño puente y encaro la segunda ascensión sin haber variado apenas mi situación en carrera. En el esquema mental previo que hice de la carrera, una vez alcanzado el segundo avituallamiento es que ya estaba hecho lo más difícil puesto que se superan casi 2.000 m de desnivel positivo en estos 19 primeros kilómetros. Aún la hilera de corredores no se ha deshecho y, siguiendo el paso del grupo, mantengo su ritmo, con la buena sensación además de ir guardando un poquito.

Km. 19 Gualay 03:14:05

En este segundo avituallamiento me detengo un par de minutos más, pero trato de no acomodarme. La temperatura de la noche es muy agradable y empiezo a vislumbrar que, hasta la mañana, no voy a necesitar demasiado líquido. Aún así, la bolsa de hidratación siempre lleva su litro largo de agua.
En el descenso de la vaguada que seguía el trazado antes de llegar a La Mesa, pierdo buena parte de lo ganado en el anterior avituallamiento. Y es que es lo de siempre: me resulta complicado lanzar las piernas en un ritmo alegre en los descensos. Tampoco le doy más importancia y es que los cuádriceps hay que preservarlos para la parte final de la carrera.
Con la noche bien cerrada y el cielo despejado que permitía disfrutar del cielo estrellado, escuché un sonido parecido a un ulular de una rapaz nocturna. ¡Cuánto me hubiera gustado que lo hubiera oído la pequeña de la casa! Me sorprendió mucho, y para bien, porque con el paso de tantos corredores no suele escucharse animal alguno.
En el ascenso para salir de la vaguada que mencionaba antes, vuelvo a coger el ritmo de los que me rodean y, cerrando los ojos en los pocos tramos donde podías dar un par de zancadas sin arriesgarte a tropezar, llego a avituallamiento de La Mesa.

Km. 26 La Mesa 04:42:46

Es un tiempo holgado con respecto a los cortes dados por la organización, pero estos no siguen un ritmo de carrera, sino que dan amplitud en los 60 primeros kilómetros para luego ir perdiendo el colchón logrado.
Aún falta algo más de una hora para que amanezca y se me está haciendo larga la noche. Evidentemente influye haberme levantado la mañana anterior a las 7 de la mañana y no haber podido dormir algo antes de la salida. El ejercicio mental que me sirve de motivación y contrapeso es que no va haber segunda noche con las zapatillas puestas.
Las lagunas que ahora plasmo en esta crónica sobre este tramo asumo que son debidas al sueño y a las ganas de que amaneciera. Y es que, en un terreno sin grandes desniveles, el objetivo era avanzar a un ritmo suficientemente rápido como para sacar margen de maniobra en la segunda parte de la carrera.
De nuevo, y tras salvar otro pequeño valle, llego a la loma donde se divisa el avituallamiento de Guadahornillos. Apenas es un kilómetro más, y con las primeras luces del amanecer, me encuentro más animado.

Km. 37 Guadahornillos 06:42:24

Aquí la parada es más larga. Más que la que hace el resto. Ya tuve la sensación en carrera y ahora las balizas de seguimiento me lo confirman. Me siento durante unos momentos y me dedico a comer algo. No hace calor, pero no me entra mucho sólido. Líquido, fruta, y apenas algo de frutos secos. Me genera cierta duda de cómo va a responder el cuerpo en las próximas horas si sigo así. Con el frontal ya en la mochila, continuo viaje.
Amanecer en la Sierra de Cazorla
La salida es cómoda por una pista forestal que termina de coronar la siguiente loma de la carrera. En uno de los virajes el viento se pone de cara y la sensación de frío aumenta, especialmente en las manos. Decidí no llevar guantes largos. Era consciente, según las previsiones meteorológicas, que este iba a ser el único momento malo hasta que el sol – y la altura- empezara a calentar el cuerpo. Con esa idea machacona de que la incomodidad pasaría, avanzo con paso similar cerrando un quinteto de corredores. Ahora el grupo se ha estirado, y ya empiezan a haber huecos más grandes. En el camino al Collado de las Azadillas, atravesamos una pequeña pradera entre los pinares donde la niebla aún persiste en una fina capa a un metro del suelo. Una imagen con tintes de belleza fantasmagórica. En la parte superior de una amplia curva a derechas aparece el collado que dará lugar al inicio de la bajada al avituallamiento de Valdeazores.
Habiendo ya pasado el kilómetro 40, las piernas no están tan alegres como para trotar de continuo en la bajada. Es de pendiente suave, pero de firme muy irregular. Me recuerda de alguna forma a Ademuz. Poco a poco me van adelantando corredores, aunque viendo los tiempos que llevo hasta ahora, voy con la moral alta para llegar al kilómetro 60 con margen para gastar.
Junto al cauce del arroyo de Valdeazores, sigo descendiendo hasta la Laguna de Valdeazores compartiendo tramo con dos corredores malagueños que me adelantaron, aunque conseguí unirme a su ritmo más marchador en la bajada.
Entramos en la parte de mayor belleza. La antesala es el trayecto hasta el avituallamiento de Valdeazores. El plato fuerte viene después. Miró el reloj, y nueva inyección de moral. Breve descanso merecido.

Km. 50 Valdeazores 08:23:08

La Laguna de Aguas Negras con los primeros rayos de sol da la bienvenida al Río Borosa que emerge unos metros más arriba.
Laguna de Aguas Negras
La pequeña represa de la lámina de agua se reserva parte del caudal para un canal de discurre en horizontal por las entrañas de la montaña. Y la carrera le acompaña. Pararse un instante para asomarse al cañón que forma el río, así como para observar la boca de la galería, está justificado. El frontal ya está guardado, así que el centenar de metros de la galería los recorro con la linterna del teléfono móvil que está más a mano. Apenas el ancho de una persona en el espacio por el que se transita junto al canal que está protegido con unos cables de acero. Atravesada la galería, hay que volver a la vera del río Borosa que ya había hecho sus deberes despeñándose por varias cascadas a lo largo del cañón.
La bajada con algunos zigzags y piedra suelta es, para mí, la más divertida de la carrera. Apenas unos minutos para llegar al río donde, de nuevo, la belleza del cauce hace que merezca la pena de nuevo tomar alguna fotografía. Con las horas de la mañana que son, ya empiezo a cruzarme con excursionistas que vienen a disfrutar de esta maravilla.
Galerías junto al canal del río Borosa

Otro de los parajes que merece la pena resaltar son las pasarelas de maderas dispuestas sobre el cauce del río en uno de los estrechos. Para entonces, ya había alcanzado de nuevo a mis compañeros de Málaga, Fran y Jose Antonio, y son ellos los que me hacen la foto en la pasarela. El último tramo lo haremos juntos. La afluencia de excursionistas va siendo mayor, pero aún no se atisba el aparcamiento de salida. En cualquier caso, el tiempo que estamos invirtiendo en llegar al avituallamiento donde podemos recoger la bolsa de vida está siendo considerablemente bueno para lo que yo había estimado.

La pista se ensancha y hasta vemos familias con niños, pero la mente siempre va más rápido que las piernas. Por fin, el aparcamiento y una pequeña subida asfaltada para llegar al avituallamiento.
Cascada en el río Borosa


Km. 62 Río Borosa 11:10:50

Recojo la bolsa de vida y extendió el saco en el que la habían envuelto para tumbarme un poco en la hierba.
Apenas un instante porque hay tarea por hacer: cambiarme de ropa, rellenar líquidos e intentar comer un plato de pasta que a estas alturas vendrá bien. Todo aderezado con un poco de conversación con los compañeros de viaje. Los minutos vuelan y, aunque me había dado de margen hasta mediodía, decido encarar la segunda parte de la carrera cuarto de hora antes.
Pasarelas de madera
Simplificando mucho el perfil, comienzo a ascender con paso tranquilo la primera de las tres subidas largas que le quedan a la carrera. He salido poco después de un grupo de unos cinco corredores y procuro no perderlos de vista. El calor – relativo – de la mañana empieza a hacerse notar y con la ingesta en el avituallamiento anterior, prefiero subir tranquilo pulsando las sensaciones del cuerpo. Después de un primer tramo de ascenso más vertical, la pendiente suaviza hasta coronar la loma que desciende hasta el siguiente avituallamiento. Hay tiempo para disfrutar de las vistas del valle del Guadalquivir y de la sombra que en ratos largos disponemos al ir en la cara norte.
En el descenso la pista poco transitada deja paso a una senda no demasiado técnica, pero si muy entretenida en la que me encuentro bien para estar llegando al 70. De nuevo en una pista forestal mucho más ancha y con mejor firme, pregunto cuántos kilómetros quedan para la siguiente parada – pensando que era en el 75 – cuando recibo el recordatorio de que apenas en un kilómetro tengo uno.

Km. 70 El Cantalar 13:34:07

La parada es rápida. No he gastado agua, el calor no aprieta y los avituallamientos no están muy separados. Con el bidón de isotónico por el camino, más lo ingerido en las carpas, está resultando suficiente. Apenas un poco de fruta y a seguir. Eso sí, me desvío un momento a un grifo que me han indicado donde me puedo mojar la gorra y la cabeza.
Con solo 5 km para el siguiente punto de paso, se afronta con ánimo y más viendo que el perfil es bastante llano. El trazado, eso sí, discurre a veces por largas praderas al sol en las que mantengo paso firme concentrado en llegar a la siguiente sombra. Las primeras construcciones de Arroyo Frío aparecen, pero aún veo en el reloj que queda más de un kilómetro al avituallamiento. Salgo a la carretera y troto – no sin esfuerzo – por la acera de la misma hasta llegar a la fuente donde tienen situado el avituallamiento. Tres cuartos de carrera completados. Miro otra vez el perfil. Queda lo peor.

Km. 75 Arroyo Frío 14:28:14

Descanso un momento junto a la fuente donde se ha montado el avituallamiento. Otro corredor, decidido, se descalza para meter las piernas dentro del pequeño abrevadero situado bajo la fuente. Lo pensé, pero no terminé por hacerlo. Siguiendo la tónica general de la carrera, un poco de comida - -fruta, principalmente – y reponer líquidos.
Se deja atrás Arroyo Frío ascendiendo primero por una pista forestal y posteriormente por una pedrera donde el ritmo de ascensión se ralentiza enormemente. Echo la mirada al frente y también hacia atrás. Seis corredores jalonados por una mínima distancia que el tiempo se encarga de ensanchar. Cada uno sube como puede. Y menos mal que el calor no aprieta. Por si fuera poco, un árbol caído obliga a poner las manos en el suelo para pasar por debajo. Impensable gastar fuerzas en tratar de saltarlo por encima. La senda sigue ascendiendo sin tregua hasta alcanzar un collado donde se vuelve a tomar una pista forestal. Buena parte de la subida ya está salvada y las piernas agradecen el pequeño descanso. Antes de encarar el último tramo de subida que nace en un desvío hacia la izquierda, pregunto a dos corredores sobre lo que queda. Me indican que apenas un kilómetro y veo que en el perfil que no hay comparación con el muro de la pedrera. Les adelanto mientras les tienta la idea de seguir por la pista forestal principal. Opción que finalmente desechan. Un último esfuerzo para coronar el collado en el que entra algo de aire y comenzar la bajada hacia Vadillo. Las piernas avisan de que a los cuádriceps no les queda mucho y el descenso por una senda poco pedregosa hace que los preserve para el último tramo de carrera. Poco durará el descanso porque tras estos primeros metros de espejismo la carrera desciende por un pequeño canal ladera abajo hasta encontrarse con nuevamente con la pista forestal. En la bajada consigo alcanzar a la pareja que me había precedido saliendo de Arroyo Frío en un centenar de metros. Eso de idea de lo justas que van las fuerzas para todos y, ahora que puedo ver las balizas, lo mismo ha ocurrido con la media docena de corredores que vienen justo detrás de mí. Entre ellos los compañeros de fatiga malagueños.
Encarando la pista en una curva muy cerrada hacia la izquierda y con los muslos sobrecargados, desestimo por un momento la invitación que la pista ancha me ofrece para trotar. Acabado el paréntesis y viendo la tregua que da el perfil hasta el próximo avituallamiento trato de concentrarme para mantener el trote hasta llegar a él. Previamente, en una tentadora señal de parada, rechazo detenerme en un área recreativa donde había refugio a la sombra. Es el km 80. Si hacía falta, te daban agua. Aún llevaba y eso significaba aún 4 kilómetros para avituallar. Antes de abandonar la zona pregunto por el perfil, si queda alguna cuesta más que me cortará el ritmo. Apenas un par de ellas, me contestan.
De camino a Vadillo
Como si fuera un paisaje nevado, desciendo muy suavemente a la vera del río pisando sobre el polen que descansa en el suelo. No es buen tramo para los alérgicos. Consigo llegar trotando hasta cruzar el río por unas piedras y encarar una pequeña subida que desemboca en una curva de una carretera donde un mirador nos regala otra de las increíbles panorámicas de la sierra. Apenas cien metros de respiro y me obligo a mantener el trote por la senda que continua en ligero descenso. De nuevo, otro cruce con una carretera que indica un kilómetro a Vadillo. La carrera sigue buscando el cauce del río hasta cruzarlo para llegar a las casas que son la antesala del avituallamiento. La carrera está encarrilada, salvo infortunio.


Km. 84 Vadillo 16:06:26

Cansado, pero contento, busco una silla donde estirar un poco las piernas. No hay nadie en el avituallamiento que haya llegado recientemente. Debe haber un hueco importante con el grupo anterior. Sí que entablo conversación con un compañero que me cuenta que no le está entrando nada de comer y que va a finalizar ahí la carrera. Otro, por el contrario, nos comenta que va bien, pero si tiene que parar a comer se ha sentido mareado, y que no se ve continuando. Continúa haciendo sus pruebas alrededor del avituallamiento.
Quisiera plasmar en esta crónica la excepcional atención que recibí por parte de los voluntarios. Una voluntaria en este caso. Creo que era muy consciente de la dureza del tramo que acabábamos de dejar atrás considerando los kilómetros acumulados. No sé si mi gesto ayudó, pero sin decir nada, se ofreció a llevarme lo que necesitara de comer o beber a la silla. Esto es lo que uno también se lleva a casa en su mochila de experiencias.
Río Guadalquivir
Con una última subida larga por delante y con el aliciente de tener a escasos cinco kilómetros la siguiente parada me pongo en marcha de nuevo. Abandono Vadillo cruzando el Guadalquivir por unos troncos puestos a tal efecto. La carrera continua por una senda bien marcada. Ancha en algunas partes que salva el pequeño collado antes de encarar la subida a la Fuente del Oso. El cielo se ha empezado a nublar. Se agradece porque en circunstancias normales serían aún serían horas de calor.
Un breve descenso para cruzar nuevamente el Guadalquivir y ascenso zigzagueante en el inicio hacia la Fuente del Oso. Las nubes se están echando encima y ahora tienen un color gris amenazante. Comienzan a caer gotas y, al ganar un poco de altura, el viento sopla de cara con mayor intensidad. No podía creer que a estas alturas de carrera fuera a tener que utilizar el chubasquero. Oteaba el cielo en otras direcciones y hasta podía distinguir algunos claros alrededor de donde me encontraba. Considerando de dónde venía el viento, parecía que la tormenta no iba a ser tal o que pasaría rápido. Menos mal, así fue. Quedó en cuatro gotas.
Un par de kilómetros de subida más en los que me encontré bien y alcanzó la carretera donde está la carpa del avituallamiento. Es un breve descanso en este penúltimo esfuerzo.

Km. 89 Fuente del Oso 17:53:58

Como en todos los avituallamientos de esta carrera, paro poco. No entra demasiado alimento y, afortunadamente, la meteorología ha hecho que no haya necesitado mucha agua. La subida la comparto con mis compañeros de fatiga en este viaje. Marcándoles el ritmo, y preguntando de vez en cuando si querían pasar. Ya vamos todos justitos. Coronar el último collado de la carrera regala unas magníficas vistas del valle de La Iruela que merecen una foto. Esto también sirve de excusa a mis cuádriceps para hacer un breve descanso. Ha sido empezar a bajar y ver que están en las últimas. El grupo de cuatro que formábamos dejo que pase y les pierdo unos metros. Al fondo del valle veo una pista parece que con terreno más firme que la recorre un participante. Aún me queda un rato hasta bajar allí. Ahora toca luchar contra uno mismo. No quiero descolgarme mucho de los que yo he servido de referencia. En este momento, ellos me pueden servir a mí de lo mismo, pero para eso tengo que ser capaz de alargar las zancadas y echar a trotar en la bajada. A tramos el descenso se interna en zonas arboladas, aunque transcurre mayormente por terreno despejado. En uno de los recodos que hace la pista a la que por fin llegué, veo que los compañeros están a un centenar de metros. Otro giro a la izquierda y La Iruela aparece con su castillo en el horizonte. 3 kilómetros tan solo cuando llegue allí. En los últimos metros antes de llegar a la carretera volvemos a formar el cuarteto del que me había descolgado.
Llegando a La Iruela
La primera encerrona de la traca final es la subida al castillo por unas escaleras. Sinceramente, lo prefiero ahora mismo mil veces a tener que pisar piedra irregular como llevo haciendo decenas de kilómetros. Marcando un paso tranquilo llegamos al anfiteatro donde nos esperan para hacernos una foto con nuestra mejor sonrisa cansada. Una breve bajada y llego al último avituallamiento de la carrera.

Km. 98 La Iruela 19:44:40

Breve parada y filosofía, mucha filosofía para afrontar la última tachuela. La Ermita de la Virgen de La Cabeza. 150 metros de desnivel en escaso kilómetro y medio. Al menos el piso es firme. Civilizado que diría aquél y que mis pies agradecen enormemente. El ritmo ya es de dejarse llevar, sin exprimir ese último gramo de fuerza. Compartimos trazado con los participantes de la media maratón que vemos subir con una alegría que ya quisiéramos en este grupo. Coronando el camino de la Quebrada, Cazorla aparece a los pies de la montaña. Se cierra el círculo. Ahí está la meta que dejamos en la medianoche.
Panorámica de Cazorla desde la Ermita de la Virgen de la Cabeza

Pasamos la ermita para volver a descender un breve tramo pedregoso, que alterna con carretera, para de nuevo entrar en una zona algo técnica. Hay que tener en cuenta el centenar de kilómetros en las piernas y que además obliga a estar atento a dejar paso a los corredores de la media maratón que vienen mucho más rápido. Finiquitado este último escollo, las calles de Cazorla conducen a las ruinas de Santa María donde trotando los últimos metros – escalones de acceso incluidos- cruzo el arco de meta junto con mis tres compañeros de aventura.

Km. 102 Cazorla 20:19:38

Finisher del Ultra Trail Bosques del Sur.
Meta en las Ruinas de Santa María